#34 Mi historia de amor con la lectura a viva voz
La edición de hoy es una invitación a compartir nuestras lecturas y vivir el placer de oír leer. ¿Eres mediador/a de lectura? Espero que te guste este número hecho especialmente para ti.
¡Bienvenid@ a la entrega #34 de Cabritas LIJ!
El pasado mes de abril fue muy intenso y casi no tuve tiempo de sentarme en el computador. Fue un Mes del Libro “en acción”, en el que tuve la oportunidad de regresar a las aulas y practicar nuevamente el gusto de leer en voz alta para niños y niñas.
Durante esas semanas me entretuve preparando mi viejo teatro de kamishibai para mis presentaciones, me invitaron a ser parte de una comisión para promover la lectura en la ciudad de Temuco, tomé un curso de mediación y animación lectora. Y, a pesar de los resfríos y contratiempos varios, me quedé con buenas sensaciones. Quería volver y hacerlo bien.
El año pasado no realicé presentaciones en colegios para cuidar la salud de mi hijo, pero este año simplemente no pude evitarlo: me encanta. Y para retomar también mis quehaceres cabritosos, quise reflexionar acerca de esta práctica tan antigua como fascinante.
Mi relación con la lectura en voz alta parte en mi niñez, al recitar Papelucho en segundo básico (sin permisos para ir al baño) y compartir historias inventadas con mis hermanos menores. Leer en voz alta en la sala de clases cuando la profesora de historia o de lenguaje pedía alzar la voz para narrar algún pasaje importante. Leer en voz alta alguna parte de la Biblia para la misa del domingo (con la vergüenza de no alcanzar a ver bien la letra pequeñísima, no me gustaba usar lentes en esa época). O leer en voz alta para mí solita (en el baño o donde fuera). Podía ser "El Caballero de la armadura oxidada" o alguna creación que ocultaba al mundo (la mujer con cara de corteza de árbol, por ejemplo).
Leer en voz alta estaba tan en mi ADN que cuando llegué a la capital y conocí a Paulina Jara Straussmann —una talentosa escritora oriunda de Osorno y hoy radicada en Santiago—, algo me hizo click. Ella narraba sus cuentos rimados con todo su carisma por medio de la técnica de kamishibai, y yo la acompañaba a sus presentaciones como representante de la editorial en la que trabajaba por esos años. Al ver sus dinámicas y la respuesta de los niños, sentí que contar historias podía ser lo más genial del mundo, y que por alguna razón no me lo estaba permitiendo; tal vez por desconocimiento, por trabas o porque creía que no tenía tiempo.
Pero decidí hacérmelo. Y de pronto, y sin ninguna expectativa, me animé a narrar unos cuentitos que tenía por ahí. Cuentos para mi sobrina Ignacia, quien me motivó a iniciar mi camino como escritora y mediadora de lectura. Me encantaba ir a verla y contarle historias a ella y otros niños que iban a un centro cultural en cerro Recreo de Viña del Mar, donde vendían unos exquisitos dulces árabes.
Ese año 2013 construí mi primer teatro de kamishibai con cartón piedra y lo disfracé con unas telas que tenía arrimadas en un lugar de la pensión. Las ilustraciones las hice en hojas de block, y todavía las tengo.
Ese fue el comienzo, y desde ese momento no paré. Hice sesiones de cuentacuentos para Biblioteca Viva, recorrí escuelas apadrinadas por Fundación Ciencia Joven en Santiago y la Región de Valparaíso, y muchos otros lugares de forma particular o con Editorial Edebé (quienes publicaron mis primeros cuentos). Años después, un joven llamado Patricio Contreras (ahora mi esposo), me obsequió un kamishibai de madera, y mi corazón se ensanchó como le sucede a los Looney Tunes enamorados, y seguí mi camino creando nuevos cuentos.
En 2015 conocí el concurso “El Placer de Oír Leer”(EPOL), gracias a una invitación del escritor y coordinador nacional de EPOL, Marco Montenegro, y fue una experiencia transformadora. Al año siguiente empecé a colaborar como jurado preseleccionador del concurso (y sigo haciéndolo, muy feliz), y cada año disfruto más de participar en esta instancia única en la que niños y niñas de todo Chile comparten una lectura breve del libro que más les gusta. OJO: la convocatoria cierra el 31 de mayo, apúrense a inscribirse.
Con el tiempo aprendí que leer y escuchar a otra persona leer en voz alta son dos experiencias distintas que tienen una magia en común: ambas permiten unirnos en otro nivel con los demás y conocer sus historias. Es una red interminable de relatos y rimas, y sólo dan ganas de seguir tejiendo muchas más. Porque siempre hay historias que contar, más todavía ahora con mi hijito (y tantos sobrinos y sobrinas). Leer es un diario esfuerzo por seguir cultivando nuestros vínculos, incluso cuando termina la jornada y el cansancio sale por los poros... para mi chiquito no hay nada como la leche calentita acompañada de sus libros favoritos.
En resumen: con Paulina Jara aprendí el arte del kamishibai; con mi sobrina aprendí el arte de conectarme con los niños y niñas a través de la lectura; y con Marco Montenegro aprendí el arte de oír leer. Y les agradezco a los tres enormemente por eso, y a mi hijo también, porque claro, él es el que más cuentos pide, y la práctica ayuda muchísimo a la mediadora.
Leer en voz alta es una experiencia generosa en la que somos capaces de salir del yo y entablar otro tipo de comunicación. No es una conversación común y corriente, es un desafío y un goce especial. Es compartir, es dar algo. Es darse el tiempo, es cariño. Es entonar la voz ante un auditorio, leer y hablar sobre libros y lo que ellos nos hacen sentir.
Y para ti, ¿cuál es tu relación con la lectura?
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Un abrazo cabritoso,
Felu🍿